sábado, 30 de abril de 2011

Parte dos:

CAPITULO II: Eliazor

Eliazor decidió esperar despierto, temía, por ambos ¿Qué sería de él si a Juliette algo le pasaba? La observo por un segundo, ella había caído en los brazos de Morfeo, y ahora el la observaba, de pies a cabeza mientras recordaba cuando eran más pequeños y se veían, aunque clandestinamente.
Los padres de Eliazor habían sido muy estrictos con él, su pasado, no era precisamente un cuento de hadas. Ellos no le permitían tener amigos, creían que eran una distracción para sus asuntos, el nunca les había respondido, más siempre se preguntaba como era entonces que ellos se habían conocido, pues le decían que ellos habían sido criados así. Temía a responder por lo que pudieran hacerle. Lo mantenían en clases de piano, violín y geografía, luego, decidieron permitirle ensimismarse más en la lectura, y esto le permitía al niño vivir un momento en el exterior, leyendo siempre sus libros, y al volver a la casa, siempre le preguntaban sobre el libro que había leído y que le había parecido.
Un día, a los 10 años, mientras leía escucho una risita encantadora, quizás porque no muchas veces había escuchado una risa femenina. Esto le llamo mucho la atención y siguió la risita, hasta encontrar un claro. Nunca había estado en ese pequeño bosque que estaba cerca de su patio, hasta que ese día decidió entrar. Fue entonces cuando vio lo que parecía para el la criatura más asombrosa del planeta, un rostro pequeño, blanco y encantador que reía y jugaba con un conejo, con unas delicadas manos como de mármol. Hacía coronas con flores silvestres y cantaba canciones de cuna a los pajarillos que se acercaban a ella sin temor. Él intento no hacer ruido, estaba a metros de distancia, pero le parecía muy linda, sintió en su interior un retorcijón, quería acercarse, pero temía ¿y si su padre se enteraba? Dio un paso con la intención de devolverse, y resbalo cayendo en un arbusto espinoso, dio un pequeño grito por el dolor que le produjo. La pequeña se dio cuenta, escucho su grito y corrió en su auxilio.
El sollozo por el dolor que le producían las espinas clavándosele en las piernas, en la espalda, en las costillas y en los brazos. Ella sintió su dolor al verlo ahí, sin embargo, en lugar de correr y gritar, o llorar por él, lo tomó de la mano y tiro de él, luego lo hizo pararse en el claro, y le ayudo a quitarse las espinas.
-No deberías espiarme.-dijo ella.
-Lo lamento.
-Ahora mi padre se enfadara si sabe que estuve aquí en el claro. ¿Él te mando?
-¡No!
-Claro…siéntate.-Él pequeño obedeció ella le ayudo quitándole las espinas restante.
-Lo digo en serio, no era mi intención espiarte.
-Entonces ¿Papá no te mando?
-No, ni siquiera te conozco.
-La verdad, tampoco te había visto.
Él sintió una sensación extraña cuando ella comenzó a hablarle, se sentía feliz, nervioso, ansioso. ¿Qué era todo lo que sentía?
-¿Cómo te llamas?-dijo la niña, el acarició las palabras antes de pensar en responder, pero sin quitar esa expresión dolida de su rostro.
-Eliazor.
-Que curioso nombre.
-Lo se, y la verdad no estoy seguro de porque es, supongo que por mi padre.
-¿Se llama igual?
-Sí… ¿Por qué? ¿Es raro?
-De hecho no, mi prima se llama Clarissa por mi tía y mi primo Antoine se llama como su abuelo y su papá
-¿Y tu?
-Me llamó Juliette, puedes decirme Ju, es más cortó y fácil de recordar.
-Es un lindo nombre.
-Gracias, todos dicen igual. –Ella tomó sus flores y siguió haciendo coronitas, mientras él la observaba, como fascinado. Ella se percató de esto, sabía que la estaba mirando a ella, tomó una de las coronitas que había hecho y se la puso.
-¿Y esto?-preguntó él, atónito.
-¡Vamos a jugar!
-¿Jugar?
-Si ¿Por qué? ¿Te parece inmaduro como a los demás? Si es así puedes irte, y puedes quedarte con mi obsequió.
-¡No! Yo…Bueno…-tartamudeo, no sabía que ni como decir las cosas.
-¿Bueno?- preguntó ella impaciente.
-Es que…Nunca he jugado con nadie.
-¡¿Qué?!
-Es que no me lo permiten mis padres, se molestaran si jugamos, pero en verdad quiero.
-Eso es muy cruel. Bueno, mi padre me deja jugar solo dentro de la casa, pero me escapo, es mi secreto.
-¿En serio?
-Claro…Si lo supieran me castigarían. Soy una damita, una niña no debe ensuciarse las manos, ni rasparse las rodillas, ni ensuciar los vestidos con lodo y agua del río.
-Pero… ¿qué haces para que no se enojen tus padres?
-No lo saben, es un secreto.
-Que envidia me das, me gustaría tener un secreto.
-¡Puede serlo! ¡Será nuestro secreto!
-¿Nuestro?
-Si, yo ya no quiero jugar sola, y tú quieres tener un secreto y jugar. ¡Juguemos juntos!
-¿Pero si se enteran?
-Te prometo que no lo harán. ¿Qué dices? ¿Quieres ser mi amigo?-Él se lo pensó un momento, no quería decir que no, pero temía desobedecer a sus padres. Sin embargo la próxima vez que viera a alguien y pudiera jugar, sería un adulto comprometido, y por supuesto, ya no sería la hora de jugar. La miro, sus ojos reflejaban confianza, y sus manos tersas, blanquecinas y delicadas esperaban para ser tomadas por las suyas y ser estrechadas.
-De acuerdo.-dijo él al fin. Ella tomó sus manos y comenzaron a girar, a jugar, y a cantar. Ese sería el día que Eliazor jamás olvidaría.
Pensar que aún seguía siendo ella la niña encantadora que era cuando niños, pero ahora tenía un poco más de madures, aunque aún seguía teniendo parte de su pensamiento infantil y tierno, pero eso a él le gustaba. La veía dormida, junto a él, recordaba aún la primera vez que la vio llorar, la primera vez que ella lo consoló, los primeros juegos de grandes, todo lo que disfrutaban juntos.
Aún podía recordar aquel día de otoño, el claro estaba lleno de hojas de distintos tonos. Ellos siempre se veían en el claro, como la primera vez, ese día ella llegaba tarde, y él, preocupado, creyó que lo habían plantado. Se sentó entonces entre las hojas y leyó, para poder distraer su mente. Ella llegó entonces, llorando, con once años, tenía las rodillas peladas, lloraba como si todo se hubiera acabado, cuando la vio corrió y la abrazo, no se había fijado en que la hacía sentir tan mal, hasta que se dio cuenta de su cabello, lo llevaba corto y disparejo, y no entendía porque.
-¿Qué ocurrió Juliette?-preguntó él alarmado.
-Me regañaron en casa por mi cabello.-sollozo ella.
-¿Tú te hiciste eso?
-¡Claro que no! Fue un niño del pueblo, uno de los niños a los que no les agrada mi familia porque tiene todo.
-Estate tranquila, te ayudare a arreglarlo.-Ellos tenían entonces un pequeño escondite donde guardaban lo que necesitaban, comida, agua y cosas para divertirse, entre ellas tenían un cuchillo, no muy filoso, pero ayudaría, ella se sentó en el césped, y él la ayudo a emparejar un poco su cabello. Cuando termino intento amarrarlo con un lazo, le limpio las rodillas y le ofreció algo para calmarla, pero al no saber que, decidió que lo que le ayudaría sería un poco de música. Corrió hasta casa y saco a escondidas su violín, luego ya se inventaría una excusa, tocó una pieza para ella, eso la animo. Esa fue la primera vez que tocó para alguien que no fuera su maestro.
Eliazor volvió a la realidad, le dio otro vistazo a Juliette, seguía dormida y la mañana no quería llegar, ya comenzaba a darle frío, se acomodo entonces junto a Juliette y le abrazo, ella pareció reaccionar, pues se dio vuelta y también lo abrazo. Eso le dio a su mente otro recuerdo valioso, su primer beso. Había sido con Juliette, cuando tenían trece años y ella comenzaba a entender lo que era el amor, y a pesar de que el lo sentía lo ignoraba.
Aquella vez, también en otoño, un día se habían preguntado que era realmente estar enamorado, y ninguno supo bien como responder aquella pregunta. Juliette, sin embargo intento imaginar lo que sus hermanas sentían cuando estaban enamoradas, y como se demostraban sus padres cariño, y el panadero y la lavandera, y la gente del pueblo. Decidió entonces que preguntaría a su hermana Rose, y le dijo que le diría al día siguiente, y el, claro, estuvo de acuerdo.
Al día siguiente, Juliette no llegaba, ya había pasado una hora luego de la comida, y siempre se juntaban luego del almuerzo, pero ella estaba más que retrasada. Decidió esperar unos minutos más, sin embargo estaba comenzando a preocuparse, y aún más, a molestarse.
Al pensar ya que ella no llegaría se levanto para irse, iba a caminar hacía su casa cuando escucho detrás de él unos pequeños jadeos, y unos pasos que se detenían. Ella había llegado, él no acostumbraba que lo plantaran, así que estaba muy molesto; ella se apoyo en un árbol, jadeante, comenzó a toser, entonces el se preocupo y corrió junto a ella mientras le acariciaba la espalda.
-¿Qué ocurrió?-preguntó él al notar lo exasperada que estaba.
-Nada…Es solo que…-respiro y luego se sentó en su sitio de siempre, luego respondió:-Es solo que me daba un poco de vergüenza venir hoy.
-¿Vergüenza?
-Si, pero no por ti…Pregunte ayer, sin embargo, las respuestas me sorprendieron.
-¿Qué te dijeron, Ju?-preguntó él, impaciente.
-Qué…Cuando uno se enamora, comienza a sentirse extraño, porque…Siente…Siente…
-¿Siente?
-Que necesita sentir la piel de esa persona contra la suya.
-¿A que te refieres?
-Tampoco lo entendí, Arwen me dijo que no podía mantenerlo como “caja de Pandora” y me dijo que era cuando necesitabas…Bueno…Cuando querías sentir el cuerpo desnudo de aquella persona a la que amabas, esa respuesta no me gusto.-Eliazor se ruborizo levemente, pero ella no se percato.
-¿Te dijeron algo más?
-Si…Esa era la respuesta de la cocinera, Debby. Luego le pregunte a mamá, ella dijo que sentiría mariposas y cosas por el estilo, escalofríos cuando me abrazaran y una sensación extraña y dulce en el pecho. Y luego, Rose, me dijo que sabría cuando estuviera enamorada porque me besarían y a mi me gustaría.
-Eso no me explica bien ¿Por qué te avergonzaba venir hoy?
-Porque no sabía que pensarías de mí por esas respuestas.
-No pensaría nada.
-¡Eso es bueno!
Se miraron un segundo, ella se rió, el le acarició el cabello, miro sus ojos, como los de un felino, ya parecía una mujer en su vestido azulado, sin nada más que una cinta en su cabello para apartar este de la cara y una especie de maquillaje en tonos blancos y azules en los parpados.
Ella lo miraba a los ojos y luego bajo la vista hacía sus labios, él hizo lo mismo. Entonces ambos captaron el mensaje, ella se recostó sobre las hojas, y él mientras la seguía, miraba sus ojos, sin importarle nada en ese momento. Se acerco a ella y rozo sus labios, ella abrió un poco los labios ante el contacto, Eliazor quiso alejarse, pero al mismo tiempo quería besarla, y esta parte era más fuerte que la otra, se inclinó sobre ella, que rodeo su cuello con sus brazos, la beso, sintió que las nubes lo habían acogido y sentía como su corazón latía tan fuerte que no lo podía parar. Sabía que ella se sentía igual, y así era, sentían que eran adultos, en un cuarto a solas, luego de una boda perfecta. Pero volvieron a la realidad, ese beso, los había marcado, había sido el momento que ninguno olvidaría, un momento que nunca se repetiría sino con la misma persona. Eliazor se disculpo, ella no dijo nada, seguía sedienta de él, y viceversa. Luego de eso no hablaron mucho, si no hasta el día siguiente, que pareció que nunca hubiera pasado.
Una semana luego de ese beso, de esos momentos mágicos, algo ocurrió en la casa de Eliazor, una vela, había quedado prendida, había caído a la alfombra y había prendido toda la planta alta, Eliazor, que no era para nada lento ni torpe, reaccionó a salir por la ventana de su cuarto bajando por el balcón, corrió hasta el claro y siguió de largo, temiendo al fuego, esperando a que sus padres salieran y lo llamaran. Vio a lo lejos una casa, linda y blanca, y en una de las ventanas diviso aquella figura que le traía seguridad y esperanza, Juliette. Había encontrado la casa Mawel.
Comenzó a lanzar pequeñas rocas a su ventana, había llorado y tenía manchas negras en todo el cuerpo debido al humo. Juliette salió y lo vio, asustado y con los ojos cristalinos, bajo por el roble y lo abrazó, intentando convencerle de que todo mejoraría. Pero el sabía que las cosas no podían estar peor. Su casa se había quemado, y a pesar de todo el dolor se sentía seguro entre los brazos de Juliette.
Ella lo invitó a pasar a su casa, su pare se opuso rotundamente, sin embargo, cuando le contó la tragedia, le permitió quedarse con Juliette por esa noche, pues veía el dolor del chico en sus ojos.
Cuando el día llego, fueron a ver que había sido de la casa, o de lo que quedaba de ella, pues en aquel momento no eran más que escombros, cenizas, basura, recuerdos de lo que había sido. Eliazor buscó entre las cenizas, cuando encontró el quemado cadáver de su padre que parecía sostener algo entre sus inertes manos. Él se lo quito, tenía su nombre, la abrió y la leyó, solo tenía una frase la nota que parecía más importante que nada en el mundo, las últimas palabras de su padre, mientras especificaba:
“Tu nombre te condenara al fuego, hijo mío…”
Esto hizo romper en llanto a Eliazor, y Juliette fue quien lo consoló.
Quizás el día más horrible y desgarrador para estos niños fue el día en que decidieron que Eliazor se iría a Francia a vivir con sus tíos, aquel día el llanto de ambos no podía compararse a nada, y fue él quien tomó la iniciativa y le rogó calmarse, prometiéndole que se volverían a ver, que jamás la olvidaría, y lo mismo le juró ella a él.
Aquella noche, no durmió, Juliette lloró hasta que las lágrimas se negaron a seguir saliendo. Ambos decidieron ese día ser más fuertes, para que cuando se volvieran a ver, recordaran cuando habían sido niños y podían soportarlo todo, pues estaban juntos.

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