sábado, 30 de abril de 2011

Parte dos:

CAPITULO II: Eliazor

Eliazor decidió esperar despierto, temía, por ambos ¿Qué sería de él si a Juliette algo le pasaba? La observo por un segundo, ella había caído en los brazos de Morfeo, y ahora el la observaba, de pies a cabeza mientras recordaba cuando eran más pequeños y se veían, aunque clandestinamente.
Los padres de Eliazor habían sido muy estrictos con él, su pasado, no era precisamente un cuento de hadas. Ellos no le permitían tener amigos, creían que eran una distracción para sus asuntos, el nunca les había respondido, más siempre se preguntaba como era entonces que ellos se habían conocido, pues le decían que ellos habían sido criados así. Temía a responder por lo que pudieran hacerle. Lo mantenían en clases de piano, violín y geografía, luego, decidieron permitirle ensimismarse más en la lectura, y esto le permitía al niño vivir un momento en el exterior, leyendo siempre sus libros, y al volver a la casa, siempre le preguntaban sobre el libro que había leído y que le había parecido.
Un día, a los 10 años, mientras leía escucho una risita encantadora, quizás porque no muchas veces había escuchado una risa femenina. Esto le llamo mucho la atención y siguió la risita, hasta encontrar un claro. Nunca había estado en ese pequeño bosque que estaba cerca de su patio, hasta que ese día decidió entrar. Fue entonces cuando vio lo que parecía para el la criatura más asombrosa del planeta, un rostro pequeño, blanco y encantador que reía y jugaba con un conejo, con unas delicadas manos como de mármol. Hacía coronas con flores silvestres y cantaba canciones de cuna a los pajarillos que se acercaban a ella sin temor. Él intento no hacer ruido, estaba a metros de distancia, pero le parecía muy linda, sintió en su interior un retorcijón, quería acercarse, pero temía ¿y si su padre se enteraba? Dio un paso con la intención de devolverse, y resbalo cayendo en un arbusto espinoso, dio un pequeño grito por el dolor que le produjo. La pequeña se dio cuenta, escucho su grito y corrió en su auxilio.
El sollozo por el dolor que le producían las espinas clavándosele en las piernas, en la espalda, en las costillas y en los brazos. Ella sintió su dolor al verlo ahí, sin embargo, en lugar de correr y gritar, o llorar por él, lo tomó de la mano y tiro de él, luego lo hizo pararse en el claro, y le ayudo a quitarse las espinas.
-No deberías espiarme.-dijo ella.
-Lo lamento.
-Ahora mi padre se enfadara si sabe que estuve aquí en el claro. ¿Él te mando?
-¡No!
-Claro…siéntate.-Él pequeño obedeció ella le ayudo quitándole las espinas restante.
-Lo digo en serio, no era mi intención espiarte.
-Entonces ¿Papá no te mando?
-No, ni siquiera te conozco.
-La verdad, tampoco te había visto.
Él sintió una sensación extraña cuando ella comenzó a hablarle, se sentía feliz, nervioso, ansioso. ¿Qué era todo lo que sentía?
-¿Cómo te llamas?-dijo la niña, el acarició las palabras antes de pensar en responder, pero sin quitar esa expresión dolida de su rostro.
-Eliazor.
-Que curioso nombre.
-Lo se, y la verdad no estoy seguro de porque es, supongo que por mi padre.
-¿Se llama igual?
-Sí… ¿Por qué? ¿Es raro?
-De hecho no, mi prima se llama Clarissa por mi tía y mi primo Antoine se llama como su abuelo y su papá
-¿Y tu?
-Me llamó Juliette, puedes decirme Ju, es más cortó y fácil de recordar.
-Es un lindo nombre.
-Gracias, todos dicen igual. –Ella tomó sus flores y siguió haciendo coronitas, mientras él la observaba, como fascinado. Ella se percató de esto, sabía que la estaba mirando a ella, tomó una de las coronitas que había hecho y se la puso.
-¿Y esto?-preguntó él, atónito.
-¡Vamos a jugar!
-¿Jugar?
-Si ¿Por qué? ¿Te parece inmaduro como a los demás? Si es así puedes irte, y puedes quedarte con mi obsequió.
-¡No! Yo…Bueno…-tartamudeo, no sabía que ni como decir las cosas.
-¿Bueno?- preguntó ella impaciente.
-Es que…Nunca he jugado con nadie.
-¡¿Qué?!
-Es que no me lo permiten mis padres, se molestaran si jugamos, pero en verdad quiero.
-Eso es muy cruel. Bueno, mi padre me deja jugar solo dentro de la casa, pero me escapo, es mi secreto.
-¿En serio?
-Claro…Si lo supieran me castigarían. Soy una damita, una niña no debe ensuciarse las manos, ni rasparse las rodillas, ni ensuciar los vestidos con lodo y agua del río.
-Pero… ¿qué haces para que no se enojen tus padres?
-No lo saben, es un secreto.
-Que envidia me das, me gustaría tener un secreto.
-¡Puede serlo! ¡Será nuestro secreto!
-¿Nuestro?
-Si, yo ya no quiero jugar sola, y tú quieres tener un secreto y jugar. ¡Juguemos juntos!
-¿Pero si se enteran?
-Te prometo que no lo harán. ¿Qué dices? ¿Quieres ser mi amigo?-Él se lo pensó un momento, no quería decir que no, pero temía desobedecer a sus padres. Sin embargo la próxima vez que viera a alguien y pudiera jugar, sería un adulto comprometido, y por supuesto, ya no sería la hora de jugar. La miro, sus ojos reflejaban confianza, y sus manos tersas, blanquecinas y delicadas esperaban para ser tomadas por las suyas y ser estrechadas.
-De acuerdo.-dijo él al fin. Ella tomó sus manos y comenzaron a girar, a jugar, y a cantar. Ese sería el día que Eliazor jamás olvidaría.
Pensar que aún seguía siendo ella la niña encantadora que era cuando niños, pero ahora tenía un poco más de madures, aunque aún seguía teniendo parte de su pensamiento infantil y tierno, pero eso a él le gustaba. La veía dormida, junto a él, recordaba aún la primera vez que la vio llorar, la primera vez que ella lo consoló, los primeros juegos de grandes, todo lo que disfrutaban juntos.
Aún podía recordar aquel día de otoño, el claro estaba lleno de hojas de distintos tonos. Ellos siempre se veían en el claro, como la primera vez, ese día ella llegaba tarde, y él, preocupado, creyó que lo habían plantado. Se sentó entonces entre las hojas y leyó, para poder distraer su mente. Ella llegó entonces, llorando, con once años, tenía las rodillas peladas, lloraba como si todo se hubiera acabado, cuando la vio corrió y la abrazo, no se había fijado en que la hacía sentir tan mal, hasta que se dio cuenta de su cabello, lo llevaba corto y disparejo, y no entendía porque.
-¿Qué ocurrió Juliette?-preguntó él alarmado.
-Me regañaron en casa por mi cabello.-sollozo ella.
-¿Tú te hiciste eso?
-¡Claro que no! Fue un niño del pueblo, uno de los niños a los que no les agrada mi familia porque tiene todo.
-Estate tranquila, te ayudare a arreglarlo.-Ellos tenían entonces un pequeño escondite donde guardaban lo que necesitaban, comida, agua y cosas para divertirse, entre ellas tenían un cuchillo, no muy filoso, pero ayudaría, ella se sentó en el césped, y él la ayudo a emparejar un poco su cabello. Cuando termino intento amarrarlo con un lazo, le limpio las rodillas y le ofreció algo para calmarla, pero al no saber que, decidió que lo que le ayudaría sería un poco de música. Corrió hasta casa y saco a escondidas su violín, luego ya se inventaría una excusa, tocó una pieza para ella, eso la animo. Esa fue la primera vez que tocó para alguien que no fuera su maestro.
Eliazor volvió a la realidad, le dio otro vistazo a Juliette, seguía dormida y la mañana no quería llegar, ya comenzaba a darle frío, se acomodo entonces junto a Juliette y le abrazo, ella pareció reaccionar, pues se dio vuelta y también lo abrazo. Eso le dio a su mente otro recuerdo valioso, su primer beso. Había sido con Juliette, cuando tenían trece años y ella comenzaba a entender lo que era el amor, y a pesar de que el lo sentía lo ignoraba.
Aquella vez, también en otoño, un día se habían preguntado que era realmente estar enamorado, y ninguno supo bien como responder aquella pregunta. Juliette, sin embargo intento imaginar lo que sus hermanas sentían cuando estaban enamoradas, y como se demostraban sus padres cariño, y el panadero y la lavandera, y la gente del pueblo. Decidió entonces que preguntaría a su hermana Rose, y le dijo que le diría al día siguiente, y el, claro, estuvo de acuerdo.
Al día siguiente, Juliette no llegaba, ya había pasado una hora luego de la comida, y siempre se juntaban luego del almuerzo, pero ella estaba más que retrasada. Decidió esperar unos minutos más, sin embargo estaba comenzando a preocuparse, y aún más, a molestarse.
Al pensar ya que ella no llegaría se levanto para irse, iba a caminar hacía su casa cuando escucho detrás de él unos pequeños jadeos, y unos pasos que se detenían. Ella había llegado, él no acostumbraba que lo plantaran, así que estaba muy molesto; ella se apoyo en un árbol, jadeante, comenzó a toser, entonces el se preocupo y corrió junto a ella mientras le acariciaba la espalda.
-¿Qué ocurrió?-preguntó él al notar lo exasperada que estaba.
-Nada…Es solo que…-respiro y luego se sentó en su sitio de siempre, luego respondió:-Es solo que me daba un poco de vergüenza venir hoy.
-¿Vergüenza?
-Si, pero no por ti…Pregunte ayer, sin embargo, las respuestas me sorprendieron.
-¿Qué te dijeron, Ju?-preguntó él, impaciente.
-Qué…Cuando uno se enamora, comienza a sentirse extraño, porque…Siente…Siente…
-¿Siente?
-Que necesita sentir la piel de esa persona contra la suya.
-¿A que te refieres?
-Tampoco lo entendí, Arwen me dijo que no podía mantenerlo como “caja de Pandora” y me dijo que era cuando necesitabas…Bueno…Cuando querías sentir el cuerpo desnudo de aquella persona a la que amabas, esa respuesta no me gusto.-Eliazor se ruborizo levemente, pero ella no se percato.
-¿Te dijeron algo más?
-Si…Esa era la respuesta de la cocinera, Debby. Luego le pregunte a mamá, ella dijo que sentiría mariposas y cosas por el estilo, escalofríos cuando me abrazaran y una sensación extraña y dulce en el pecho. Y luego, Rose, me dijo que sabría cuando estuviera enamorada porque me besarían y a mi me gustaría.
-Eso no me explica bien ¿Por qué te avergonzaba venir hoy?
-Porque no sabía que pensarías de mí por esas respuestas.
-No pensaría nada.
-¡Eso es bueno!
Se miraron un segundo, ella se rió, el le acarició el cabello, miro sus ojos, como los de un felino, ya parecía una mujer en su vestido azulado, sin nada más que una cinta en su cabello para apartar este de la cara y una especie de maquillaje en tonos blancos y azules en los parpados.
Ella lo miraba a los ojos y luego bajo la vista hacía sus labios, él hizo lo mismo. Entonces ambos captaron el mensaje, ella se recostó sobre las hojas, y él mientras la seguía, miraba sus ojos, sin importarle nada en ese momento. Se acerco a ella y rozo sus labios, ella abrió un poco los labios ante el contacto, Eliazor quiso alejarse, pero al mismo tiempo quería besarla, y esta parte era más fuerte que la otra, se inclinó sobre ella, que rodeo su cuello con sus brazos, la beso, sintió que las nubes lo habían acogido y sentía como su corazón latía tan fuerte que no lo podía parar. Sabía que ella se sentía igual, y así era, sentían que eran adultos, en un cuarto a solas, luego de una boda perfecta. Pero volvieron a la realidad, ese beso, los había marcado, había sido el momento que ninguno olvidaría, un momento que nunca se repetiría sino con la misma persona. Eliazor se disculpo, ella no dijo nada, seguía sedienta de él, y viceversa. Luego de eso no hablaron mucho, si no hasta el día siguiente, que pareció que nunca hubiera pasado.
Una semana luego de ese beso, de esos momentos mágicos, algo ocurrió en la casa de Eliazor, una vela, había quedado prendida, había caído a la alfombra y había prendido toda la planta alta, Eliazor, que no era para nada lento ni torpe, reaccionó a salir por la ventana de su cuarto bajando por el balcón, corrió hasta el claro y siguió de largo, temiendo al fuego, esperando a que sus padres salieran y lo llamaran. Vio a lo lejos una casa, linda y blanca, y en una de las ventanas diviso aquella figura que le traía seguridad y esperanza, Juliette. Había encontrado la casa Mawel.
Comenzó a lanzar pequeñas rocas a su ventana, había llorado y tenía manchas negras en todo el cuerpo debido al humo. Juliette salió y lo vio, asustado y con los ojos cristalinos, bajo por el roble y lo abrazó, intentando convencerle de que todo mejoraría. Pero el sabía que las cosas no podían estar peor. Su casa se había quemado, y a pesar de todo el dolor se sentía seguro entre los brazos de Juliette.
Ella lo invitó a pasar a su casa, su pare se opuso rotundamente, sin embargo, cuando le contó la tragedia, le permitió quedarse con Juliette por esa noche, pues veía el dolor del chico en sus ojos.
Cuando el día llego, fueron a ver que había sido de la casa, o de lo que quedaba de ella, pues en aquel momento no eran más que escombros, cenizas, basura, recuerdos de lo que había sido. Eliazor buscó entre las cenizas, cuando encontró el quemado cadáver de su padre que parecía sostener algo entre sus inertes manos. Él se lo quito, tenía su nombre, la abrió y la leyó, solo tenía una frase la nota que parecía más importante que nada en el mundo, las últimas palabras de su padre, mientras especificaba:
“Tu nombre te condenara al fuego, hijo mío…”
Esto hizo romper en llanto a Eliazor, y Juliette fue quien lo consoló.
Quizás el día más horrible y desgarrador para estos niños fue el día en que decidieron que Eliazor se iría a Francia a vivir con sus tíos, aquel día el llanto de ambos no podía compararse a nada, y fue él quien tomó la iniciativa y le rogó calmarse, prometiéndole que se volverían a ver, que jamás la olvidaría, y lo mismo le juró ella a él.
Aquella noche, no durmió, Juliette lloró hasta que las lágrimas se negaron a seguir saliendo. Ambos decidieron ese día ser más fuertes, para que cuando se volvieran a ver, recordaran cuando habían sido niños y podían soportarlo todo, pues estaban juntos.

Primera parte:

CAPITULO I: Vals sabor frambuesa madura y amarga

Para la familia Mawel aquel era el día más feliz de sus vidas, viviendo en Italia, recién proclamada y gobernada por Víctor Manuel II, su tercera hija, Juliette, ya cumplía los 17 años, exactamente en el año 1862, cuando la mayor de las tres, Arwen, estaba interesándose en el trato del matrimonio, y la segunda, Rosalie, se preguntaba como sería la vida de parvularia. Arwen, a las orillas de los 20 años, era una mujer esplendorosa con una mirada que parecía hipnotizar a cada hombre que por el camino se pasaba, de penetrante mirada café y una delicada figura que casi no necesitaba de un corsé para lucirse, de un delicado cabello color negro con los bucles siempre bien formados y con un adorno de rubí al lado derecho, rojo brillante como la sangre que corría por sus venas. Rosalie, con 18 años era la chica más bella que el pueblo había visto, una sonrisa cautivante y sofisticada que hacía notar sus excelentes modales, una mirada café, muy parecida a la de su hermana mayor, un cuerpo esbelto y bien proporcionado, con el cabello fino como hilos, de color castaño oscuro, que a la luz parecía brillar como el ámbar, siempre traía un brazalete, además, de amatista, como el color de muchos de sus bellos vestidos. Juliette, la última de las tres, casi con 17 años, era una chica que asombraba a cualquiera, de ojos preciosos, casi como los de un felino, verdes amarillento, pero que te observaban con una expresión que pretendía robarte el alma, una dulce y tierna sonrisa que la asimilaba con los ángeles, un esbelto cuerpo, que a los 16 años le hacía lucir atractiva, de buenos modales, el cabello castaño, que a la luz del día brillaba en preciosos bucles de color rojizo, llevaba consigo una gargantilla con un díje de lapislázuli, que parecía el agua cristalina reflejando el destello azul del cielo matutino.
Aquella familia parecía la perfección entre la burguesía, con tres hijas maravillosas, un padre exitoso y una madre bella que al costado izquierdo de la boca, en las comisuras, se marcaba la imagen de un beso que solo algunos podían notar, pero de las niñas, solo Arwen había heredado aquel rasgo.
Aquel día 30 de abril iba a celebrarse el cumpleaños 17 de la más joven heredera, y cada cual ya tenía su vestido y sus arreglos, se celebraría en el gran salón, donde estaría casi todo el pueblo, y algunos amigos viajeros de la familia, entre ellos un chico que Juliette ansiaba ver, un amigo de la infancia del que nunca se podría olvidar.
-Ju…-le llamó Arwen a la menor cuando tocó la puerta de su alcoba.-Con tu permiso hermanita. Vine a ayudarte con el vestido.
-Gracias Arwen.-dijo ella cortésmente.
-Blanco con adornos azules… ¿Por qué el azul?
-¿Por qué las cintas rojas?-si fijó Juliette. Cada hermana había escogido los colores de su vestido con cada diseño especial, el de Arwen era color negro con cintas de color rojo en el borde y en las mangas, un collar de perlas negras que le hacía juego y unos zapatos rojos con bajo tacón. El de Rosalie era de color Azul claro, con adornos de color morado en el pecho y un cinturón del mismo tono, zapatos blancos, una gargantilla que le había obsequiado su madre y su brazalete de amatista. El de Juliette era blanco, con adornos de color azul, guantes y zapatos de color blanco y como toque llevaba puesta su gargantilla de lapislázuli.
Ya listas para la fiesta, Arwen y Rose bajaron primero, mientras, Juliette se preparaba para ver a sus amigos, a sus primas y a la persona que tanto anhelaba encontrarse. Un mal presentimiento rondaba en su cabeza, como si estuvieran destinado a sufrir, esa y todas las noches de ahí en adelante. El miedo corría por sus venas y sentía temblar sus manos. Suspiro, dio un último vistazo a la chica del espejo y bajo, pensando en que aquella sería la mejor fiesta de su vida.
Cuando bajo, el salón por completo se quedó en silencio, entonces una persona dio un pequeño y lento aplauso, al cual le siguieron más, Juliette sonrió, bajo las escaleras mientras sus manos se posaban tímidas en el pasamano. Al llegar abajo una mano calida se posó sobre la suya, helada como el hielo. Ella se sorprendió y al levantar la vista se encontró con unos ojos tan brillantes como la esmeralda y tan cautivantes como los de la persona que buscaba, pero en verde y no cafés.
-Feliz cumpleaños, Juliette.-dijo él, mientras le pedía con la mirada y la sonrisa que bailara con él. Ella acepto, encantada por su puesto, sin darse cuenta de su alrededor.
El gran salón de pronto se lleno de la música del vals, pero si ella no sabía bailar un vals. Lo miro con una mirada de disculpa y perplejidad, el sonrió nuevamente y tomo su mano, la levanto alto y coloco su otra mano en la cintura de ella.
-Tu otra mano va en mi hombro.-ella obedeció.
El vals parecía llevarse con él las preocupaciones de la aristocracia y traer la alegría del campo hasta el salón, y Juliette era quien había hecho llegar esa alegría con su vuelo delicado por la pista junto con el chico de cabello rojizo y ojos de esmeralda. Aún cuando el vals acabo y Juliette se retiro de la pista, las esperanzas seguían en el aire, y la melancolía se la había llevado el viento y los delicados pasos. El chico la invito al balcón, a disfrutar del esplendor de la noche y de la bella luna que brillaba sobre sus cabezas. Era una luna creciente que planeaba esconderse tras las nubes y dar al mundo una ligera oscuridad. Juliette, entonces, vio al chico casi por primera vez, no lo recordaba, era como un desconocido, pero a la vez, alguien que sabía que conocía de cierta manera.
-Disculpa, pero…Creo tener una laguna mental ¿Tu eres?-El se rió ligeramente, ella pareció un poco ofendida.
-Suponía eso…Después de todo la última vez que nos vimos ambos no teníamos más de 3 años.-La miro directamente y le sonrió ampliamente- Me llamo Alexander-Dijo al tiempo que se reverenciaba.-Alexander Droop, nuestras familias son amigas, sin embargo, nuestros padres temen a unirse debido a que si nos casamos la herencia pase a ser para mi familia y no para ustedes tres.
-Parece serio…Pero aún no me manejo con lo que es el dinero.
-Como toda una señorita.
-Exacto…-rió ella.
Él tomo su mano y la beso, ella se ruborizo, pero sonrió encantada por el gesto que le habían ofrecido.
-Bueno, Juliette-dijo Alexander-Creo que nos veremos en otra ocasión, desde ahora espero no tener que perderte de vista amiga mía…
-Espero volver a verte Alex…
-Igualmente, Ju…
Él entró en el salón y ella fantaseo y danzo por el balcón, mientras la luna parecía ser su reflector. Cantaba como si todo fuera perfecto, y su canto llamó la atención de un personaje dentro del salón.
Juliette cantaba como queriendo llamar a los pájaros, aquel misterioso chico de traje negro se acercó al balcón a escucharla, cuando ella se percató quedo helada por un segundo, pero luego cuando se fijó bien en esa sonrisa fría y esos cautivantes ojos cafés, sonrió y corrió para abrazarle.
-¡¡Eliazor!!-grito ella de felicidad.
-Hola Ju…Creía que ya no te vería de nuevo.-dijo el en un tono frío respondiendo al abrazo de la chica.
-No tienes idea de cuanto te extrañe, eres como un demonio, apareces solo de repente, cuando no se va.
-Si yo soy un demonio tú haz de ser un ángel, criatura mía, que canta y danza entre la música del vaivén de los árboles y el reflector de la luna.
-Ojala fueras tu aquel que me acompañase en las largas travesías y me cuidara de aquello que siempre creí malo y cruel. Quizás puedas ser frío y calculador, pero eres aquel que ha sido mi salvador, mi amigo y protector…¡¡Te lo agradezco Eliazor!!
-No digas locuras Ju, sabes que yo no he hecho nada aún.
-De niños eras tú quien cuidaba de mí, no mis hermanas, que estaban inmersas en sus lecturas, ni mis padres, que uno viajaba en busca de negocios y el otro mostraba como ser buena esposa a sus hijas.
-Pareces tener un curioso punto de vista de mí.
-Como lo tendría un rey de un caballero de dorada armadura…-Ella se fijo casi por primera vez en la apariencia de su amigo. No muy alto, de oscuro cabello y tez de un tono medio, ojos cafés que parecían devorarte el alma, una sonrisa que a pesar de reflejar su felicidad, reflejaba la frialdad y el odio hacía el mundo; aquel traje negro acentuaba su esplendor, ella parecía hipnotizada mirándolo, como si fuera un sueño y no una realidad. Volvió a abrazarle, apoyo la cabeza en el hombre de él, disfrutando cada momento que sabía tendría con él.
Parecía que nada podría arruinar aquel instante, cuando ella escucho que alguien se acercaba a la mansión por la puerta principal.
-¿Qué ocurre?-preguntó él al notarla un tanto ansiosa.
-Hay alguien en la casa…
-No deberías de pensar esas cosas, Ju, la casa esta llena en este momento.
-Lo se, pero es otra cosa.
-¿Qué? ¿El ejercito del rey?
-No…Es otra cosa, pero no se explicar el que…-Cerro los ojos y se propuso escuchar, cuando un grito casi ahogado rompió en el salón.
-¿Y eso?-pregunto Eliazor abrazando a Juliette.
-Mi mamá…-susurro Juliette, espantada.
Corrió dentro, dejando a Eliazor atrás, ya no había nadie en el salón, excepto el cadáver inerte y sin vida de su madre sobre un charco de sangre. Ahogo un grito y solo profirió un sollozo. Se cubrió la boca ante el asco y la desesperación, hecho a llorar, mientras, Eliazor la sujetaba por los hombros para calmarla.
-Mi padre…-recordó entonces.- ¡Mi papá! ¡¿Dónde esta?! ¡Arwen! ¡Rose! ¡¿Dónde están?!
Corrió por los pasillos, y Eliazor la siguió. La puerta de entrada estaba abierta, y no había nada más que cadáveres. Las luces se apagaron y la oscuridad inundo hasta el más mínimo centímetro de la mansión. Juliette grito, tanto por el miedo como por la desesperación. Eliazor le tomó la mano y corrió escaleras arriba. Encerrándose en el cuarto de Juliette. Cerraron puertas y ventanas, las cortinas juntas y colocaron un escritorio bloqueando la puerta. Juliette se apoyó en la pared y se deslizo hasta quedar sentada en el piso.
-¿Estas bien?-le preguntó Eliazor acariciándole el rostro y peinándole el cabello.
-Si…No…No lo se…-su mirada yacía perdida en la inmensidad, su mente en otro lugar apartado. El cadáver de su madre yacía en el salón, mientras que ella solo quería llorar, encontrar a su padre y correr tan lejos como pudieran.
¿Dónde estarían todos? Quizás ya habían muerto, y los que habían sobrevivido habían huido tan rápido como pudieran. ¿Dónde estarían Arwen y Rose? Se imaginaban que también estarían muertas o que se habían marchado, quizás hasta se habrían marchado con su padre. ¿Y Alexander? ¿Y sus primas? ¿Sus amigos y vecinos? Todos muertos…
“Todos muertos…Todos…Todos muertos, y solo Eliazor y yo con vida…”
Hasta ese momento no había pensado en una sola cosa, pero fue peor el que se la hubiera imaginado mientras pensaba en que lugar de la casa estarían los cadáveres que ella buscaba en su imaginación ¿Quién o qué estaba en la casa? Se sobresalto, se abrazo las piernas y lloró, pero ahora con más miedo, sin gritos, solo lágrimas vivas y cristalinas que caían sobre su vestido e intentaban resbalar hasta el suelo, algunas llegaban, pero otras se fundían con el espesor del falso.
La desesperación de ambos estaba al límite, y, a pesar de su disimulo, Eliazor yacía tan asustado como Juliette.
“Dime ¿Qué he de hacer? ¿Cómo seguiré?”
Fue entonces cuando Juliette recordó algo. Tras aquella ventana, juntó al balcón, era la única salida, y la única forma de sobrevivir.
-Ese roble…-Nunca supo como, pero junto al balcón de su cuarto se alzaba un gran roble por el cual ella de más niña, se salía cuando quería jugar.- El roble, Eliazor.-Se levanto rápidamente y corrió de a poco las cortinas rojas, abrió el ventanal y salió. Eliazor estaba atónito, y se preguntaba en que pensaba Juliette al salir por aquel ventanal.- Eliazor, no te quedes ahí ¡ven! –Ella se paró en el barandal sujetándose del marco de la ventana, y con la otra mano libre se tomo de una de las ramas del roble.
Para su mala suerte, el vestido era muy incomodo, pero eso no le impidió bajar, se oculto bajo el balcón y espero a Eliazor, que bajo y se oculto con ella.
-¿Cuál es el plan?-preguntó Eliazor.
-Correr por el bosque hasta encontrar un escondite y esperar a que el amanecer nos atrape y sea más seguro salir.
-Esta bien, vamos.
Corrieron por el bosque tan rápido como pudieron, sus trajes ya eran harapos y estaban ya a esas alturas llenos de raspones y heridas por ramas y espinas. Encontraron, entonces, una cueva cerca de un lago, donde se refugiaron. Juliette aún estaba bastante decaída, sin embargo, se sentía aliviada y feliz por el hecho de haber sobrevivido.
Pero aún se preguntaba que era lo que había atacado su casa, en donde estarían sus hermanas, y que es lo que iba a hacer para sobrevivir.
El frío era sofocante y sus manos se congelaban, sentía la piel que se erizaba mientras el viento le golpeaba los brazos, las piernas, el pecho y el rostro. Eliazor se dio cuenta, y decidió prestarle la chaqueta del traje que lucía. Ella se negó testarudamente varias veces, hasta que al fin, decidió aceptarla.
-La verdad es-comenzó a decir ella-que el frío es lo que menos me preocupa.
-¿Y cuál es la mayor de tus preocupaciones?
-Que no se nada de mis hermanas, y siento que estaré sola.
-Ángel… Estarás conmigo, ya no te preocupes.
-Pero temo por ellos ¿Qué pasa si están muertos? ¿Y mis amigos? Han de estar todos petrificados aquellos que están vivos, y temo de que sus almas no estén en plena paz.
-Te preocupas demasiado, cielo, debes estar más tranquila. Ahora debemos hallar la manera de dormir, pasar la noche y esperar la mañana, cuando sea de día, volveremos a tu casa, estamos muy lejos de cualquier pueblo, por eso iremos cuando el sol salga y buscaremos comida y abrigo, no podemos dejar que te vean en publico en esas ropas y llena de heridas. Pero ahora, por favor, por los demonios de Lucifer, intenta dormir.
-No creo poder…Aún tengo miedo.- Él la tomó a ella por el rostro, pidiendo mirarla a los ojos.
-No dejare que nada te lastime, estaré para cuidarte si así es que tu quieres.
-Gracias, Eliazor.
-Ahora duerme, por lo menos estarás un poco mejor con esa chaqueta.
-Está bien.
Ella se acurrucó en el piso, esperando poder dormirse, no tenían tiempo, pero eso había perdido el significado cuando escucharon el desgarrador grito en el salón de baile.